Es interesante como después de tantos años de haberse establecido el reggee-rap en Panamá como una de las tendencias "musicales" más populares, sus exponentes aún integran a sus líricas y espectáculos la misma cansada encuesta sobre el estado civil del publico, la supuesta independencia de la mujer ante cualquier F hombre y en una curiosa dicotomía que amarra a la psicología moderna y el Cristianismo, una violenta homofobia con la repetida declaración del amor por Jesús (!).
En cierta manera, la prevalencia de estas actitudes nos ofrece un vistazo al lado oscuro de la realidad social panameña, no la que nos muestran los anuncios comerciales y turísticos, remozada en risas forzadas y artificio sino aquella donde el arte imita a la vida y por tanto es valido, aunque no porque transforma sino por lo que perpetua.
Recordemos pues que las raíces del reggee y el rap se encuentran en los barrios humildes, sirviendo de retrato a las condiciones socioeconómicas de una población que se siente abandonada y que en los próximos meses previos a las elecciones será visitada por los candidatos de turno que de otra forma no voltearían a verlos, pero que dependen de sus atenciones ganadas por promesas laborales y suéteres, para a su vez mantener el status quo. Curiosamente, es aquí donde el crítico y el político se unen, olvidando sus diferencias en el jubiloso interregnum, para retomar la lucha tras el entierro de la sardina y la dignidad.
Las comparaciones son odiosas, más cuando nos descubren desnudos; pero siempre pienso en Japón, un país que no he tenido el gusto de visitar pero que conozco y añoro por medio de la lectura y el espíritu. Hace un par de años ví un documental en Canal 11 (RTVE) donde se mostraba como un pequeño taller (cinco empleados) de fabricación de tornillos había perdido competitividad ante las grandes fábricas para luego convertirse -por su propia mano- en productor de puntos de soldadura utilizando una versión modificada de su maquinaria original, salvando el negocio e inclusive proveyendo de material a importantes empresas.
Mi punto es que la cultura y la sociedad vive, evoluciona o muere con respecto a la persistencia de sus tendencias –sean positivas o negativas, características costumbristas o como algunos postulan dada la disponibilidad de tecnologías o fuentes energéticas-; es fácil decir que el país progresa cuando nos vestimos de grandes edificios New York style, cancunéscos resorts de playa o gastamos 2.5 millones de dólares en reciclar los carros alegóricos navideños. Pero, ¿dónde esta el trabajo justo, los servicios confiables o el enaltecimiento de los valores que construyen -no denigran ni embrutecen- un Panamá donde nos sintamos orgullosos, con algún grado de esperanza en el futuro?
¿Será que en nuestro país solo la mediocridad o la tristeza vende porque es lo único que nos parece verdadero u honesto? Puede que sea así, verdad, pero no tiene que gustarnos y me niego a que esta sea la cara que mostremos al mundo. Hay que aspirar a más.
En cierta manera, la prevalencia de estas actitudes nos ofrece un vistazo al lado oscuro de la realidad social panameña, no la que nos muestran los anuncios comerciales y turísticos, remozada en risas forzadas y artificio sino aquella donde el arte imita a la vida y por tanto es valido, aunque no porque transforma sino por lo que perpetua.
Recordemos pues que las raíces del reggee y el rap se encuentran en los barrios humildes, sirviendo de retrato a las condiciones socioeconómicas de una población que se siente abandonada y que en los próximos meses previos a las elecciones será visitada por los candidatos de turno que de otra forma no voltearían a verlos, pero que dependen de sus atenciones ganadas por promesas laborales y suéteres, para a su vez mantener el status quo. Curiosamente, es aquí donde el crítico y el político se unen, olvidando sus diferencias en el jubiloso interregnum, para retomar la lucha tras el entierro de la sardina y la dignidad.
Las comparaciones son odiosas, más cuando nos descubren desnudos; pero siempre pienso en Japón, un país que no he tenido el gusto de visitar pero que conozco y añoro por medio de la lectura y el espíritu. Hace un par de años ví un documental en Canal 11 (RTVE) donde se mostraba como un pequeño taller (cinco empleados) de fabricación de tornillos había perdido competitividad ante las grandes fábricas para luego convertirse -por su propia mano- en productor de puntos de soldadura utilizando una versión modificada de su maquinaria original, salvando el negocio e inclusive proveyendo de material a importantes empresas.
Mi punto es que la cultura y la sociedad vive, evoluciona o muere con respecto a la persistencia de sus tendencias –sean positivas o negativas, características costumbristas o como algunos postulan dada la disponibilidad de tecnologías o fuentes energéticas-; es fácil decir que el país progresa cuando nos vestimos de grandes edificios New York style, cancunéscos resorts de playa o gastamos 2.5 millones de dólares en reciclar los carros alegóricos navideños. Pero, ¿dónde esta el trabajo justo, los servicios confiables o el enaltecimiento de los valores que construyen -no denigran ni embrutecen- un Panamá donde nos sintamos orgullosos, con algún grado de esperanza en el futuro?
¿Será que en nuestro país solo la mediocridad o la tristeza vende porque es lo único que nos parece verdadero u honesto? Puede que sea así, verdad, pero no tiene que gustarnos y me niego a que esta sea la cara que mostremos al mundo. Hay que aspirar a más.
No veas tus formas, sean feas o hermosas. Mira el amor y la dirección de tu búsqueda...Tú, cuyos labios están parchados, sigue buscando el agua. Esos labios parchados son la evidencia de que eventualmente encontrarás la fuente. Rumi.
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