Si observaramos el planeta como un investigador que analiza una muestra con su microscopio, podríamos pensar que la Vida en la Tierra es una colección heterogena de microorganísmos pululando la cáscara de una fruta; la biosfera como tal, aún considerando las altas montañas o los abismos oceánicos donde se encuentran aquellas formas que desafían las condiciones más difíciles de subsistencia -y nos permiten imaginar como podrían existir en otros planetas- comprende una pequeña fracción del volumen total del globo terraqueo.
Es asì como la imaginación, así como la Vida misma, busca la manera de llenar esos espacios con posibilidades y caminos que nos lleven a lo experimentar lo milagroso, la luz del descubrimiento, un horizonte ignoto y maravilloso.
La teoría de una Tierra hueca considera al planeta como una sucesión de substratos y ecosistemas autocontenidos y ha tenído una multiplicidad de expositores, algunos desde el punto de vista mítico o esotérico, como por ejemplo los mayas, quienes situaban el inframundo de Xibalbá en los cenotes, o los tibetanos quienes visualizaban un mundo espejo en Agartha y su capital, Shangri-La o Shamballa. Julio Verne y E.R. Burroughs dieron vida a los estratos fósiles donde cavernas gigantescas albergaban mares y soles internos, dinosaurios y civilizaciones primitivas o muy avanzadas. La diferencia entre las ideas antiguas y las modernas esta en el viaje del héroe a dichos mundos, la primera es una aventura espiritual y la segunda, material, reflejando las concepciones o concerns explicitamente religiosos y científicos de su tiempo.
Una obra reciente de ciencia ficción -de mis predilectas-, Ambargris -La ciudad de los santos y locos- por Jeff Vandermeer, figura una metrópolis cuyos cimientos son "lo que queda" de una ciudad de humanoides mitad hongos que han sido desplazados a fuerza por los humanos, pero que se nos revela son tan omnipresentes que podrían -pueden- destruir a sus conquistadores, influyéndoles de forma misteriosa, malévola. Ciertamente una analogía a nuestros más crudos instintos y capacidades de salvajismo, aquello oscuro que mora en nuestro interior, Xibalbá o Shamballa, infierno o paraíso, en una teoría del Hombre hueco que sueña con el fuego.
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