6/16/2007

De necesidades creadas y derechos ciudadanos

Sabemos que cuando un país nace, es decir, ha dejado de ser una idea para arraigarse como sociedad en un territorio que llamará patria, busca establecer las mejores condiciones para crecer y desarrollarse, pensando en sus hijos; aquellos que en última instancia deben probarse dignos de llevar a la realidad esa utopía que los próceres les han encomendado.

Dichas condiciones están dadas por las instituciones y organizaciones creadas para atender las necesidades de los ciudadanos, sea de servicios, seguridad, educación o socioeconómicas. Mucha agua corre bajo el puente luego que tales mecanismos se ponen en marcha, modificando sus métodos y relaciones para acomodarse a los tiempos, pero –en teoría- nunca renunciando a su razón fundamental de existir, garantizar un bienestar que por virtud de nuestra nacionalidad (o impuestos, o pagos, o simple humanidad) nos corresponde.

Larga introducción para finalmente abordar el asunto que ahora quiero tratar: Ayer vi un comercial de agua embotellada, en él un representante de la empresa hace una prueba química que determina que el agua que nos provee el IDAAN es de calidad inferior a la que ellos ofrecen (¿sorpresa?). Inclusive, se abocan a una crítica dirigida a los métodos de sus competidores los que -tal vez- llenan sus botellas con agua del grifo. ¿Qué asco?

Esto no es nada nuevo, pero las implicaciones de tal aseveración, aún cuando en esencia se trate de un sales pitch, no solamente son alarmantes sino ofensivas. Alarmantes porque se reconoce que un servicio que satisface una necesidad básica del hombre es un peligro potencial en contra de nuestra salud colectiva y ofensivas, porque aquellos que han sido designados para vigilar su calidad han permitido –y siguen permitiendo-, en nuestras caras, su degradación. El mensaje persigue asentarse por medio de la maquinaria mediática en la conciencia colectiva; nuestra única opción es comprar el producto.

Dadas las malas experiencias con otros servicios que maneja el estado (poco confiables, caros), no hay que hilar muy delgado para saber que tarde o temprano el tema de la privatización –de facto en este en supermercados, oficinas y muchos hogares- se deslizará por completo bajo nuestro radar como un hecho que golpeará nuestros bolsillos con el aval de los gobiernos, que montados sobre la ola de la globalización, son cada vez más inútiles para cuidar de sus ciudadanos, más no para recaudar impuestos y hacerles sufrir su indiferencia.

La percepción del pueblo sobre las actuaciones de sus gobernantes determina su confianza en los poderes establecidos desde los primeros días de la república; si esta se ve traicionada de forma constante y peor, jugando con las necesidades básicas del hombre, se arriesga la existencia del estado y abrimos la puerta a la anarquía. La justicia debe imperar o tendremos que atenernos a las consecuencias.

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