Me gusta el diseño moderno, el minimalísmo de una línea recta o la adaptación de una forma natural, la claridad de función o bien, la estética recatada que la imita pero que solo satisface al ojo. Lo que no me parece, son los precios.
En la medida en que uno se adentra en el tema, conociendo las obras pioneras, dígase la escultura primitiva de las islas del Egeo, o el arte africano, pasando por los diseñadores del art deco, el streamline y los escandinavos, llegando a su auge en la mitad del siglo veinte y su actual repunte, va reconociendo las claves que lo definen y puede diferenciar y llegar a aproximarse a los valores y costos que se supone uno debe pagar. Pero como dije, el problema son los precios.
Como artista, acepto que una obra original este ponderada ad infinitum sobre los precios de sus copias, autorizadas por supuesto, en virtud de que posee “el sudor y la sangre” de su autor, versus, una edición limitada de mil o un económico poster de cien mil. Si la puede pagar, bendiciones para usted, es un mecenas; sino, confórmese y siéntase orgulloso de su sensibilidad hacia lo bello.
Mi peeve es este, si el diseñador X quiere lograr captar la esencia irreductible de la forma, expresada por ejemplo en un silla de madera, podría llegar a obtener un simple cilindro, no muy diferente de un cubo de pintura de cinco galones (cuya ergonomía quedó marcada en mi humanidad aquella vez que viajé desde David hasta Aguadulce sentado en uno de ellos) o bien de la obra de muchos otros diseñadores igualmente inspirados. Las técnicas masivas de producción para objetos de este tipo han sido perfeccionadas hace bastante tiempo, reduciendo sus costos y el tipo de madera utilizada podría ser de origen auto-sostenible para eliminar su footprint ecológico y cargo de conciencia.
Andy Warhol proponía el Arte para consumo masivo y mucha de su obra es accesible al público general, cualquiera puede comprar una Mona Lisa y colgarla en su pared por menos de cinco dólares. Pero a menos que el producto masivo ofrecido este fabricado con “el sudor y la sangre” del artista, no veo que sea correcto cobrar su peso en oro.
En fin, uno podría discutir volúmenes sobre el tema, pero como esto es un blog y no un reportaje periodístico, prima la opinión sobre cualquier esfuerzo –sesgado- de objetividad.
Creo que el tiempo y la economía me darán la razón, el Money Trail, Gagg y Narduzzi (El final de la clase media y el nacimiento de la sociedad low cost), sacudirán su verdad en mi cara y esta dejará de ser brillante para dormitar en un mostrador de IKEA. Entonces estaré insatisfecho, pero de otra manera.
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