1/24/2008

Verde Viento

Aún en el espíritu de los post anteriores, no navideño sino verde clorofila, he estado meditando sobre los tipos de proyectos urbanísticos que se promueven en nuestro Panamá. Ciertamente para que un proyecto se dé tiene que crearse un interés, una necesidad, basada en las características y beneficios esperados. Si leemos cualquiera de los anuncios publicitarios donde se muestran las bondades de los altisonantes edificios, podemos observar ciertos elementos repetitivos como lo son:
  • Privilegiadas vistas a la bahía (contaminada) o parques (que ellos mismos amenazan con absorver o destruir) y playas (que son públicas, bueno, eran).
  • Acceso expedito a principales avenidas (que ahogan con una afluencia no acorde el tipo de zonificación y ancho de calles).
  • Estilos arquitectónicos que imitan lo peor de las tendencias (norte)americanas: torres cerradas que apuestan a la dependencia del aire acondicionado y espacios "naturales" cercados e inconexos.
Recordemos pues que este tipo de edificación se ajusta a modelos de alto consumo de energía, sea en su construcción o mantenimiento, desaprovechan las características climáticas del istmo y no conviven con lo natural, sino que le roban espacio. Recordemos también que sus promotores mencionan a Panamá como un paraíso natural, uno que podemos ver a los márgenes de dichos folletos, encapsulado entre un par de arbolitos LEGO que les rodean, solo sirven para preguntarnos como es posible -estando la ciudad esta en pleno boom de la construcción- que las torres se alzen en solitaria grandeza, cual largo cabello en la calva de Homero Simpson.

Por supuesto, todo esto se da con la abierta complicidad de las autoridades, arquitectos que dicen que la ciudad no necesita parques (para eso ya están los malls) y peor, de nosotros mismos, que tanto nos llenamos la boca de nacionalismo y lucha por la soberanía del terruño patrio, pero estamos dispuestos a regalar el país a cambio de una apariencia de modernidad. Casos de estudio: el edificio Trump y la megabandera en Veracruz, dos Dubai-sismos me-too de segunda.

Pero, volviendo al otro verde, se deberían favorecer proyectos que realmente se integrasen con el ambiente; como el de la izquierda, ideado por Reinier de Jong, donde inclusive se podría sembrar un árbol en la terraza, devolviendo algo de lo robado (muchos edificios se levantan donde antes existía un chalet con patio) ,mejorando el balance del ecosistema. Esto atraería inversionístas inteligentes, esos que encuentran atractivo un estilo de vida cónsono con el bienestar del planeta.

Ideas como esta reconocen y reconcilian al Hombre con el entorno natural en una visión a largo plazo, acorde con un país que se vende como protector de su biodiversidad.

Por último se me ocurre que nos vendría bien una suerte de Discresión Arquitectónica, algo así como una filosofía o método que nos proteja de la ostentación inútil sin sacrificar la comodidad o la calidad de vida. El bling-bling es perecedero, pero el concreto tiene para rato. Discresión. Piénselo.

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