7/25/2007

Con los ojos cerrados

Como ya se escuchaba en la lista de exalumnos de Colegio Javier, ya parece concretarse la mudanza del plantel a un terreno en las áreas del Canal, aparte de las consideraciones de impacto ecológico y las distancias desde el centro de la ciudad, es mi turno para voltear con nostalgia hacia una de mis memorias más vívidas del Colegio: caminar por sus pasillos y salones de noche, sea por asistir a alguna reunión o misa, graduación o similar. Me explico: cuando uno conoce bien un lugar, lo puede recorrer sin temor en la oscuridad porque alberga en si la familiaridad del hogar.

Esa es mi casa, con sus baldosas y barandas verdes, la pequeña piscina de kinder, el abarrotado patio de los buses, los basureros de malla, los extraños ambientes de sus laboratorios y sus salones con amplias ventanas.

Se me dificulta pensar en el colegio como el sitio futuro de otras edificaciones; siendo mi referente más importante la capilla, como un ancla, amarrando ese pasado compartido que de alguna manera pensé que no podría existir en ningún otro lugar.

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