Y es que dilucidar las motivaciones de los poderes no requiere mucho razonamiento; una vez se afianzan solo existen para asegurar su continuidad, la serpiente muerde su cola.
La persistencia de la actitud poco importa es lo que realmente debilita y corrompe los esfuerzos de conservación y las demandas por una planeamiento lógico a largo plazo; la aceptación de cualquier solución a corto plazo es ya parte de la identidad nacional. No hay sentido de la historia y aunque una de las frases más populares que se escuche de una nacional sea “El que no conoce la historia esta condenado a repetirla”, no se enfatiza con tono de advertencia sino con aires de resignación. “Vive el momento”, es la consigna.
Entiendo hasta cierto nivel esta situación dado que también conozco la historia y veo como la falta de carácter y autoridad de los gobiernos de turno permiten que se perpetúe la infamia porque les conviene. Lo que no puedo aceptar es que exista tanto descontento y que ni las más sonadas tragedias recientes, dígase el envenenamiento masivo en la CSS o el bus incendiado, han logrado despertarnos de nuestro letargo colectivo. Creo que la causa es cultural, producto del paternalismo colonial y de los tiempos de la dictadura. El ciudadano estaba supuesto a aceptar las condiciones de la corona o el dictador porque no podía oponerse y algo de las migajas que caían de la mesa le podría tocar a él. Una mirada fugaz, un codeo virtual con la fama y el poder.
Esta es mi suposición; no soy sociólogo, pero si uno escudriña un poco en la mente del panameño, encuentra que esa sumisión es en parte heredada y por otra, acomodaticia, una característica del hombre actual, que prefiere que otros piensen por él, siempre y cuando pueda quejarse a medias.
Toda sabiduría verdadera conlleva algo de dolor, pero no tenemos tiempo de sufrir –ni de pensar-, solo para la dispersión y el festejo vacío. Esto es todo lo que necesitamos. Estamos satisfechos.
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